El clan cicatriz
Natalia (Basado en el libro de Clarisa Pinkola Estés, Mujeres que Corren con los lobos)
De esas historias que nos erizan la piel!
Hace mucho tiempo, tanto que las secuoyas eras joven y suave, tanto que las flores eran de un solo color, nació una niña... Ella era especial, era diferente.
Nadie le explicó quien era, pero sí que callará era lo mejor. Verán la niña veía las heridas del corazón, veía la carne rasgada por un secreto, por un amor no permitido o simplemente por la vida escogida.
Podía ver y sentir cada herida en su propio cuerpo, pero no entendía porque las personas no reconocían esas heridas. Cuando ella les preguntaba a las personas sobre ese malestar decían que estaba loca, que era una bruja o algo peor.
Ante esto los padres le dijeron calla, solo así todo saldrá bien, no nos avergüences.
Fue en ese momento que la niña reconoció el origen de las heridas, y ese fue su comienzo...
La niña pudo notar esa herida quemante, que poquito a poco le arrancaba una lágrima y que la escondía debajo de la almohada, pues era importante que nadie notará su tristeza y mucho menos su origen.
Un día una mujer llegó al pueblo de esa niña.
La mujer era vieja, tenía una ropa de tonos cafés y verdes, su paso era lento y su risa podía hacer volar a las palomas de la plaza.
Esta mujer se le acercó a la niña y le dice
Niña mía deja de guardar las lágrimas bajo la almohada, únete al clan y se feliz.
La niña, asustada, corrió adonde sus padres y se encerró en su cuarto, ya que sus lágrimas se escapaban sin control. Se sintió invadida, como si no tuviera piel, como si su corazón fuera un libro dispuesto para todo el mundo... se sintió débil y sola.
Esta niña creció y se convirtió en mujer.
La mujer que fue niña, seguía viendo las cicatrices y las heridas. Era considerada una de las mejores hijas, era buena y obediente. Su voz inspiraba consuelo y alivio a los más cansados y tristes. Siempre estaba pendiente de los demás, de ayudar y servir. Era una buena mujer.
Nadie sabía que la mujer salía todas las noches e iba a llorar a un río, porque ya las lágrimas no cabían debajo de su almohada, no quería seguir viendo las heridas de los demás, no quería sentir, solo quería morir.
Un día con el sol en la frente, vio de nuevo a la mujer que tenía un paso lento y con la risa capaz de hacer volar a las aves. La mujer se le acercó a la vieja. Había una fuerza que la acercaba a ella, había algo que la unía a esa mujer.
La vieja la mira y le dice
Niña mía deja de darle tus lagrimas al río, únete al clan y se feliz.
La mujer volvió el rostro y pudo ver como una lagrima se le escapaba y corría por su mejilla.
Cuando volvió a ver no estaba la vieja, solo una plaza sin gente, un sol que le calentaba la frente y otro corte en su corazón.
Ese día mientras comía, vio con asombro como las heridas empezaban a rasgar el cuerpo, a desmembrarlo y destruirlo, podía ver como la sangre corría por los rostros de las personas, como las heridas se infectaban y carcomían la carne de las personas.
Ante semejante espectáculo huyó, corrió hacia el bosque, alejándose lo más que pudo de semejante horror.
En un punto se sentó y empezó a llorar, se le escapaban los gemidos y sentía como su corazón latía, como queriendo escapar aún más lejos de aquel horrible espectáculo.
La mujer tomó aire y pudo ver una luz, una pequeña luz que tintineaba en la oscuridad. Esta pequeña luz que parecía decirle ven acércate.
La mujer tenía miedo y no quería acercarse, pero entonces la escuchó confía en mí. Una voz dentro de ella, tan suave como una pluma, tan cálida como una mañana de diciembre y tan firme como una rama de nogal.
Al acercarse la mujer pudo ver a dos mujeres hablando, tratando de mantener un fuego, que parecía más bien la luz de una candela, a punto de apagarse por el viento.
Puedo sentarme -dijo la mujer
Las demás le dijeron que se uniera, para así poder proteger el fuego.
La mujer pudo ver las heridas y cicatrices de las mujeres, sus diferentes cortes, algunas se veían dolorosas y profundas, otras parecían apenas estar sanando.
Las mujeres no pueden acercarse sin evitar conversar, sin evitar reír, sin dejar que los hilos de sus vidas se unan y se entremezclen. No se dieron cuenta de que la noche había terminado y tampoco de cómo el fuego había aumentado y lanzaba chispas, celebrando la conversación, bailando y festejando por el disfrute de una simple conversación.
Al amanecer se dieron cuenta que no valía la pena separarse, se fueron juntas pensando que era situación de conveniencia.
Las 3 mujeres caminaban y hablaban, mientras hablaban reían, mientras reían compartían, sin ver como las heridas se empezaban a sanar, como si su agradable conversación fuera un agua sanadora para el corazón.
Cayó la noche nuevamente y se sentaron a hablar y compartir.
¿Cómo llegaste a este punto? Dijo una.
Fue una pregunta que heló la sangre y que hizo que el tiempo caminará en vez de correr.
De donde yo vengo, a la gente que es como yo, no es aceptada, y como no pude cambiar, me tuve que ir. De donde yo vengo, hay que ser delgada e inteligente…
Pero sos inteligente dijo la mujer de este cuento.
Si pero no de aquí,-señalando su cabeza- solo de aquí-tocando su corazón- y eso no aceptado en mi casa.
¿Y tu como llegaste aquí?
Mi familia quería que no tuviera pasado y el único futuro que tendría era el que ellos quisieran. Me encerraron en cuatro paredes esperando que no sintiera y que fuera una imagen de lo que ellos quisieran.
¿Y porque te hicieron eso? Dijo la mujer de este cuento
Porque nací demasiado tarde dijeron.
¿Y tu cómo llegaste aquí? Dijeron las mujeres interrogadas
Puedo ver las heridas del corazón y mi familia pensó que eso era peligroso así que me pidieron callar y no decir nada y solo ser lo que ellos quisieran.
Ante esto una de las mujeres reventó a llorar, la otra le siguió y cuando se dieron cuenta, las sollozos competían con los aullidos de los lobos.
Las mujeres empezaron a narrar el origen de sus heridas, a contarlas y numerarlas. Empezaron a mostrarlas y llorar por ellas. Entonces una de las mujeres toco una de las cicatrices y le dio una suave caricia.
Entonces las mujeres empezaron a acariciar las cicatrices unas a las otras, dándose el consuelo que nadie les había dado y que siempre pensaron que era imposible de obtener.
Cuando acabaron, se acurrucaron lo más juntas que pudieron, sus lagrimas se mezclaban y se confundían. Entonces una vio a la otra y se rió. Como saben la risa es una enfermedad sumamente contagiosa y fácil de propagar cuando las condiciones parecen sumamente difíciles. En menos de lo que se piensa, ya no eran los sollozos los que competían con los lobos, ahora eran las risas.
¿Cómo es posible que hayamos vivido tanto dolor y aún seamos capaces de reírnos?
En eso oyeron unos pasos secos, gruesos y fuertes, que se acercaban a ellas. Entonces en medio del fuego vieron surgir una mujer vieja como el mismo tiempo, con sus ropas cafés y verdes.
La bruja-dijeron todas a la vez
Ay qué lindo nombre-dijo la vieja riéndose.- déjenme mostrarles el clan.
Sin que pudieran contestar, las tomó de las manos y saltó. Las mujeres pensaron que estaban volando y así era. Debajo veían a los arboles como si fueran fósforos verdes, los lagos como un pequeño espejo.
Miren de cerca, niñas-dijo la bruja
Vieron unos hilos brillantes que se unían y que creaban formas bellas y complejas, propias de un gran manto.
La bruja aspiró y dijo: Cada hilo es una miembro del Clan Cicatriz, es una mujer herida que; al igual que ustedes, aprendió lo más valioso sobre las cicatrices: son parte de ti pero no son tú. Son las señales de tu fuerza no tu debilidad. Son las marcas de cómo llegaste adonde estás y claves para llegar a un lugar mejor.
No olviden niñas el clan cicatriz, son las mujeres que sufrieron secretos, dolor y negación, pero son también las mujeres que siguen de pie, aunque no sepan cómo llegaron ahí. Así que cuando vean a un miembro del clan no se olviden de preguntar ¿Cuántas heridas tienes?
Antes de darse cuenta estaban en tierra firme, se vieron entre ellas y sonrieron al ver un hilo que salía de su más grande herida, que se entrelazaba con el de las otras.
Las mujeres siguieron siendo amigas y miembros del clan cicatriz, contaron esta historia a sus hijas, que contaron a sus hijas y así, hasta convertirse en un cuento de fantasía.
Pero aún puedes reconocer a sus miembros solo tienes que preguntar:
¿Cuántas heridas tienes?
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