A lo largo de los años se cuentan historias de magia, aventuras y romance, pero pocas veces nos detenemos a pensar qué pasa con los personajes una vez que el cuento se cerró. Esta es la historia entre las historias, la aventura que salvó almas cuando todo se creía perdido.
Hace mucho tiempo, en tierras lejanas de lucha y osadía, cuando hombres y mujeres pocas veces convivían, una guerrera sabía que ya era tiempo de tener descendencia, una línea genética que continuara dirigiendo a la manada y defendiera el tesoro de la comarca: la magia. Ella sabía que debía reparar errores de su pasado, donde había traicionado la confianza de su pueblo, así que ofreció su cuerpo y su corazón para cumplir de nuevo con la misión de traer al mundo una niña mágica, que pudiera sanar la tierra y recorrer el mundo despertando conciencias. Esta guerrera convocó a las hadas y a los dioses y solicitó que le enviaran a un hombre guerrero, igual de fuerte y valeroso que ella, que pudiera transmitirle a la progenie su compromiso con la lucha y la defensa del honor, por encima de cualquier deseo del corazón. Los dioses escucharon su pedido y encontraron al guerrero perfecto que aportó su parte en la fecundación.
La guerrera dio a luz una hermosa niña sana, fuerte y valiente, que conforme fue creciendo cumplió con su designio de liderazgo y protección. Esta vez no hubo errores, no se crearon deudas, nadie perdió la vida en la contienda.
Pasaron los años, los siglos, las vidas. La guerrera renació mil veces en diferentes personajes que siempre tenían que ver con magia y diligencia. El soldado se convirtió en muchos nombres y rostros que de vez en cuando se encontraban en medio de preguntas, dilemas y momentos de confusión. Algo extrañaba. Nadie se enteró de que en algún momento de la ceremonia, había abierto los ojos y observado que el mundo era más de lo que sus antepasados le contaron. Nadie sabía que por esas cosas del destino, se había clavado en su corazón una espina de curiosidad por la magia, pero sin entendimiento de qué era realmente lo que pasaba.
Este guerrero se encontró a lo largo de las vidas, con personas que le tergiversaron un poco lo que recordaba de su participación en el designio de los dioses y creyó que podría integrar la magia que anhelaba, obligando a otros a entregársela. Tenía en su interior a un niño caprichoso que quería comer hadas y muchas vidas de soldado que le habían enseñado, que la violencia era la única forma de obtener lo que su alma le dictaba.
En alguna de tantas vueltas de la vida, cuando la guerrera se convirtió en mariposa y volaba sola por el sur del planeta y, cuando el guerrero eligió por decisión propia ser soldado una vez más creyendo necesario defender su tierra por la fuerza, volvieron a encontrarse y la atracción instantánea los dejó sin palabras. Sabían cómo comportarse y se sentían cercanamente naturales, pero al mismo tiempo con muchas diferencias importantes. La mariposa, esta vez experta en el tema, revisó si había deudas karmáticas que transmutar, si había lazos al pasado que debían ser reparados y nada de esto salió a relucir como necesario. El soldado, sensible más que nunca hacia sus sentimientos encontrados y comprometido con su honor e ideas, mantenía una constante lucha interna entre sus deseos y el respeto a sus valores de otros años. Algo salió a relucir... aunque no tenían errores del pasado que transmutar, podían ayudarse mutuamente a madurar en esta vida, a sanar heridas recientes y a integrar un poco de flexibilidad al carácter guerrero de ambos.
Jugaron un poco al histerismo, tuvieron que suavizar su orgullo y pedir algunas disculpas, disfrutaron de su conexión sin demandas de misión y retomaron cada uno su camino con la tranquilidad de haber avanzado un poquito en la retirada de las máscaras y las corazas de batalla. El niño caprichoso del soldado comprendió un poco mejor la magia, aunque no es parte de su historia el manejarla, pero al menos dejó de comerse a las hadas. La mariposa descargó un poco más sus alas, recuperó la autoimagen que deseaba y le perdió el miedo a la fuerza que alguna vez se clavara en su cabeza.
El destino es así de extraño a veces, no nos deja espacio para vagar a la deriva y cada cosa tiene su razón de suceder, pero nos afloja la correa con amor, para que podamos experimentar diferentes opciones de vida, dejando que nuestras decisiones caigan como piezas de dominó que forman una imagen completa, sólo posible ver desde la distancia y con paciencia.
El soldado aún le debe una bufanda a la mariposa, pero eso es para otra historia...