El día comienza con emociones perturbadoras, una conversación que de sencilla en catastrófica se transforma, va llevando corriente abajo en el remolino de la nostalgia culpabilizadora. La tarde se posterga en retroviciones melancólicas, repasadas de hechos impostergables y preguntas incuestionables que no llevan a ninguna parte... el pasado no puede cambiarse.
De pronto la noche se viste de esperanza y ante una llamada surge la luz que nunca se apaga: ¿querés un masaje ya? ¡SÍ, por favor!, mi cuerpo reclama y llevada sobre el viento que busca la calma, me encuentro de espaldas llorando penas amargas, soltando enojos de desvalorización y deseando cambiar mis patrones de pareja en relación.
Nace de nuevo el sol, propongo dejar de atraer personas a medio sanar relaciones pasadas, me enfrento a mi necesidad de decir lo que quiero en voz alta y la pequeña mariposa de la ilusión del amor comienza a mover las alas... ¡quiero sentir de nuevo mariposas en la panza!
Sí, lo dicho, soy exigente en cómo quiero que sea la persona que me las despierte, pero lo asumo, no quiero aceptar menos que un romántico empedernido que tenga brillo en los ojos al mirarnos y quiera recorrer el mundo conmigo de la mano. Soy también esa romántica de novela, que por amor hace lo que sea, pero fortalezco mi garganta y comprendo que la condescendencia ya no cabe en mi nueva conciencia.
Tengo ganas de enamorarme y el arcoíris de ilusión que brilla en mis ojos me puede llevar a cualquier parte.
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